Profesionales universitarios, peluqueros, manicuristas, vendedores e inclusive amas de casa, que tuvieron que abandonar su país natal debido a la crisis humanitaria que se vive en Venezuela, llegan al punto ubicado en la avenida Quebradaseca a realizar el Registro Administrativo de Migrantes Venezolanos en Colombia (Ramv). Periódico 15 permaneció durante una jornada en la fila a la que a diario asisten, en promedio, 120 familias de origen venezolano.
A las 7:30 de la mañana se reparten 50 fichos para dar inicio a la primera jornada que se extiende hasta las 12 del mediodía. Ana María Carruyo Leal llegó con su esposo y tres hijos. No niega que dudó en acudir a este lugar por temor a la deportación, pero añade que al comunicarse con otras personas en su situación, entendió que el Ramv es indispensable a la hora de legalizarse en el país. “Nos faltó más información”, comenta.
El miedo es el común denominador en los migrantes, lo que los lleva a tener como última opción comunicarse o pedir ayuda a las autoridades. “No estoy indocumentada porque quiera, pagué dos veces mi pasaporte, pero de nada sirvió porque no me lo quisieron entregar nunca. Algunos creen que uno no tiene papeles porque no quiere, y no es cierto”, asegura Carruyo con una molestia notable.
Poco a poco avanza la fila. Algunas caras largas o otras más amables. El comentario general es la molestia por la falta de información sobre la caracterización que se adelanta en Bucaramanga desde el 8 de abril. La capital santandereana es uno de los 50 puntos que la Presidencia de la República habilitó, a través de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastre (Ungrd).
Equivocados, los migrantes piden beneficios monetarios, de alimentación, incluso, solicitan trabajo a cambio de registrarse. Esta es la otra cara de la moneda, el plato roto que deben pagar los funcionarios encargados del registro, que además deben hacer las veces de sicólogos o terapeutas.
Un poco más optimista, con el turno 47 en la mano, junto a su esposa y su hijo sentados a su derecha, se encuentra Christopher Trujillo, un venezolano que escogió Bucaramanga como ciudad de paso, pues se dirige hacia Perú donde lo esperan familiares con una oportunidad de vivienda y trabajo. “Esto es bueno para tener un control, de repente sale una ayuda para saber que estamos aquí. Muchos piensan que los van a deportar o no saben de esto por eso no vienen”, asegura Trujillo. La familia proviene de Cagua, Aragua, donde la violencia, los robos a mano armada, el secuestro y el cobro de extorsiones a comerciantes se roban los titulares de la prensa a diario.

La fila también tiene lugar para los jóvenes. Emanuel Alejandro Sánchez Díaz es uno de ellos. A pesar de llevar año y medio en la ciudad, hasta esos días se enteró del Ramv. “No sé para qué es, hasta hoy lo escuché, y vine, pero no tengo idea de qué me vayan a decir cuando llegue a la mesa”, comentó en compañía de dos amigas coterráneas.
Los vendedores de tinto, empanadas, dulces y minutos hacen su agosto. Aunque aseguran que todos los días se ve afluencia de visitantes, estos han disminuido en comparación con la primera semana en la que inició la caracterización.
“La gente esperaba desde las 3 ó 4 de la mañana a que abrieran y les dieran fichos. Llegaban con expectativa, pero se dieron cuenta que acá no les dan ayuda, no traen más gente. Otros no vienen por desinformación, creen que los van a devolver para su tierra”, afirma Marta Castro, vendedora ambulante del sector.
Con los 50 fichos ya entregados, los funcionarios no están en la obligación de recibir más migrantes. Si la fila avanza rápido se abre la oportunidad para que más venezolanos sean atendidos.
Este es el caso de Yunali Luna, quien acompañada de su hijo y sus tres hermanas, llegó a la mitad de la jornada de la mañana, con la esperanza de alcanzar un turno y lo logró. Esta familia llegó de Valencia, Carabobo, hace dos meses. “Debemos venir. Al registrarnos al menos saben que estamos vivos, que si nos pasa algo, el Gobierno colombiano algo puede hacer”, explica Luna.
Se llega el mediodía. Los funcionarios se toma una hora para almorzar. A la 1 de la tarde retoman la jornada y entregan nuevamente 50 fichos.
“¿De qué parte vienen? ¿Qué profesión ejercían? ¿Cuántas personas incluyen su núcleo familiar? ¿Ha dejado de consumir alimentos en los últimos tres meses por falta de recursos? Estas son algunas de las 19 preguntas que los migrantes deben responder. En una plataforma virtual, los funcionarios registran los datos.
A poco tiempo de culminar el Ramv en la capital santandereana, se lleva un conteo de más de 6.000 migrantes. Esta cifra se queda corta, según aseguran los venezolanos, pues el miedo a regresar a su tierra y la desinformación siguen reinando.
Por Paula Andrea Sanabria Palomino
psanabria179@unab.edu.co