
Por Lucía García Sánchez / lgarcia73@unab.edu.co
Desde hace diez años, preocupada por el ambiente, los olores ofensivos que se generaban por los desechos de origen animal, los residuos que eran arrojados a las quebradas y ríos, y el aumento de insectos que se reproducían a la par, la bióloga y microbióloga, Graciela Chalela Álvarez, junto con su equipo del Centro de Investigación en Bioética y Ambiente, viene planteando la idea de dar vida a un proyecto que ayude a mejorar la calidad y protección del medio ambiente.
“Todo inició desde que yo estudiaba los procesos de conversión en Alemania, luego en la Universidad Industrial de Santander (UIS) y finalmente aquí en la Universidad Autónoma de Bucaramanga (Unab) con la creación del proyecto ecológico que tiempo después paso a ser Unab ambiental, de la cual surge esta dependencia llamada Centro de Investigación en biotecnología, bioética y ambiente”, afirma Chalela Álvarez.
El resultado de estos años de trabajo se ha consolidado con la obtención se la patente otorgada al proceso para obtención de bioabono a partir de excretas porcinas, con vigencia del 18 de julio de 2019 hasta el 18 de julio de 2037. “El trabajo con microorganismo se puede llevar a cabo con diversos sustratos, como por ejemplo la industria del petróleo y aguas residuales, entre otros”, explica la científica.
El proyecto se presentó hace año y medio a la Oficina de Patentes Colombiana, la cual fue la encargada de estudiar el proceso, la tecnología y determinar que se trataba de una invención que no se ha generado en el mundo. Para la investigadora, el período de vigencia de la patente, de 20 años es una ventana que le permite hacer mejoras importantes y seguir estudiando la tecnología patentada.

Un “verdadero reciclaje”
El trabajo con microorganismos para la obtención de bioabono se puede convertir en un “verdadero proceso de reciclaje”, dice Chalela. “El plus de esto es sacarle partido a la acción que generan los microorganismos. En el proyecto que realizamos, como estos microorganismos son ubicuos, es decir, como crecen en cualquier parte y se pueden adaptar, el papel que nos corresponde como científicos es hacer que estos crezcan en el lugar o ambiente que uno desea”, añade.
“Comenzamos a hacer pruebas. Antes ya habíamos trabajado con estiércoles avícolas, pero nos direccionamos al estiércol porcino gracias a una investigación que una empresa agroindustrial nos pidió que realizáramos. Desarrollamos la tecnología desde la Universidad Autónoma de Bucaramanga, y les hicimos entrega de un bioabono de excelente calidad, certificado”, menciona Chalela, mientras explica que la patente certifica la tecnología, por lo tanto, puede ser utilizada para varios sustratos, como la conversión de otros estiércoles y residuos en productos que sean reciclables. El producto final se conoce como un abono que ofrece grandes ventajas para las plantas, debido a que no tiene sustancias químicas, sino que es de calidad natural.
Al abono que se produce a partir de esta tecnología patentada se le hicieron pruebas como, por ejemplo, “una de toxicidad, para ver si iba a producir algún daño colateral, y además se le hizo una prueba de eficiencia, que se hace teniendo el abono nuestro sembrando una semilla de una planta que es benéfica para el ganado”, comenta.
Se realizó un proceso de comparación del abono. Se seleccionaron semillas de la misma calidad e igual cantidad. Un grupo fue abonado con productos del mercado y otro grupo con el bioabono producto de la tecnología patentada. Al comparar los dos procesos, el porcentaje de germinación fue 75 % mayor que las de la planta abonada con los productos comerciales, teniendo en cuenta que cada vez al irla moldeando puede mejorar”.
Al momento de tener el control en realizarle modificaciones o añadir nuevos métodos de estudio, dice la investigadora, empieza a jugar un papel importante o clave la comercialización, ya que no es una patente “para tener guardada”, porque, agrega, pierde su sentido de innovación y solución para la mejora del medio ambiente. “Esta patente es un abono que va a ayudar a retener el agua, a hacer la tierra mucho más permeable, a ayudar a fijar el nitrógeno y evitar en un gran porcentaje las posibles plagas que se pueden presentar en los cultivos”, manifiesta.
Esta innovación que genera la Unab, según su creadora, es única en su especie, y subraya que este es el principal motivo para que le fuera otorgada la patente: que no existe algo igual en todo el mundo. Es un invento nuevo que llega a hacer parte de las soluciones y mejoramiento de la calidad de vida de las personas.
“No hay otra semejante y menos con la impronta propia de la universidad”. Otra de las cosas que también resalta, es la protección ambiental que surge con esta patente, de enterrar una materia tóxica y dañina para realizar “un verdadero proceso de reciclaje”, que, se traduce, según expone Chalela Álvarez, “en convertir la materia prima en un producto con valor añadido. Nosotros como científicos, cuando obtenemos estos frutos del esfuerzo, nos incentivamos a avanzar. El primer paso es la comercialización, en segundo lugar, dar a conocer algo que es fundamental y tercero que se pueda utilizar con otros sustratos, por ejemplo, en la industria avícola”.
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