En Bucaramanga, la venezolana Yelitza Gavidia Hernández llega al trabajo a las 8:00 de la mañana y sale a las 8 de la noche luego de una extensa jornada en la que peina, maquilla, arregla uñas de los pies y las manos, y además, depila.

No olvida cuando trabajaba en Los Teques, Venezuela, elaborando productos de bisutería para el negocio de su propiedad y que atendía con su esposo desde las 6 de mañana hasta las 9 de la noche. Era una jornada agotadora.

A los 45 años llegó a Colombia e integra el grupo de 98.516 mujeres que tuvieron que migrar del país vecino por una de las “principales crisis vistas en la historia de la economía moderna”, como aseguró el Fondo Monetario Internacional.

Gavidia trabaja en una peluquería en la Ciudadela Real de Minas, donde pasa la mayor parte de su día y de la semana, pues asegura que prefiere trabajar casi que sin descanso para distraerse y no encerrarse en el cuarto que mantiene en arriendo.

Este local dobla en medidas el puesto que tenía en el boulevard donde ofertaba collares, aretes y demás accesorios, pero al recordar la dura jornada que vivió durante 18 años, también esboza una sonrisa.

Trabajó desde los 20 años junto a su esposo, Wiston Hernández, quien actualmente también trabaja en el ámbito de la peluquería, pero la masculina. A pesar de ser dos personas, cuentan una sola historia, pues han estado juntos por 30 años.

Eran mayoristas de la bisutería y a diario vendían aproximadamente 30.000 bolívares que hace más de cinco años eran el sustento suficiente para mantener la casa, un vehículo y brindarle calidad de vida a sus hijos.

Toda su vida han compartido los mismos aprendizajes y trabajos, desde el trabajar con bisutería hasta en el ámbito de la belleza. /FOTO PAULA ANDREA SANABRIA PALOMINO

Recuerda con nostalgia como mientras trabajaba de forma informal, empezó la administración de Henrique Capriles Radonski -quien fue gobernador del estado de Miranda y opositor al régimen de Nicolás Maduro- quien se propuso sacarlos de las calles y entregarles un local digno. Los trámites para la construcción y apertura que duraron dos años, en los cuales Yelitza y Wiston se dedicaron a ahorrar para poder acondicionar el local que mediría 3 x 3 metros cuadrados y en obra negra.

“Cuando el gobierno de Maduro se entera que nos darían el local en el centro comercial, nos hicieron un censo para indagar si estábamos o no de acuerdo con su régimen. Temiendo represalias, vigilabamos el lugar durante las noches, pero un día la Guardia Venezolana llegó en la madrugada y destruyó la construcción en el boulevard”, recuerda esta mujer.

La desesperación se apoderó de esta familia, pues los dos hijos estaban desempleados y además Pamela Hernández Gavidia, la hija mayor, sufre de piel seborreica y piel atópica, lo que le genera broto casi incontrolable cada vez que entra en estados de estrés.

Decidida Yelitza salió de Venezuela para buscar mejores opciones de vida en Bucaramanga. Tenían un conocido que les ofrecía posada en el barrio Mutis y allí llegó hace 11 meses.

Salió de su país sin contarle a su esposo, solo supieron sus hijos, pero a los quince días de estar en la ciudad, Wiston pisó tierra santandereana dispuesto a labrar un mejor futuro a su esposa. Sus dos hijos y su nieto que aún hoy siguen residiendo en Los Teques.

Alojados y con un poco de conocimiento en la ciudad, decidieron buscar trabajo y en el barrio Estoraques, y en la peluquería de Edith, encontraron una gran oportunidad.

Trabajaron los dos durante cuatro meses, la dueña de la peluquería les ofreció vivienda ahí, para que no tuvieran que desplazarse y pudieran ahorrar al máximo. Allí empezaron a surgir. “Ella fue un ángel que Dios nos mandó”, asegura la venezolana.

Finalmente, decidieron cambiar de sector de trabajo, para generar más ingresos, fue así como llegaron a vivir a la Ciudadela Real de Minas y encontraron un trabajo cerca, Yelitza en una peluquería y su esposo, en una barbería.

A pesar de no compartir el mismo sitio de trabajo actualmente, a diario se ven para almorzar juntos, para demostrar que su esfuerzo, amor y unión los mantienen firmes con la esperanza de poder volver a vivir al lado de sus a sus hijos y nieto.

Por Paula Andrea Sanabria Palomino

psanabria179@unab.edu.co

Universidad Autónoma de Bucaramanga