René Sánchez Gil nació el 3 de enero de 1970 en Caracas, la capital del vecino país, en una familia conformada por su papá, mamá y dos hermanos. Cuando tenía 10 años, se mudó a Cabudare, municipio que hace parte del área metropolitana de Barquisimeto, capital del estado Lara.
Debido a que tenía un conocimiento mayor que no correspondía al grado en el que se encontraba, fue ascendido de primero a segundo de primaria, lo mismo ocurrió cuando iba en sexto grado, pues fue promovido a séptimo, por tal motivo a la edad de 11 años se graduó del colegio.
Ingresó a la Universidad Politécnica Territorial del Estado Lara ‘Andrés Eloy Blanco’. Después de cinco años, obtuvo el título de ingeniero mecánico y le otorgaron el reconocimiento Summa Cum Laude (exaltación que se le concede a los estudiantes que al final de su pregrado, tienen un rendimiento académico alto, en la Universidad Autónoma de Bucaramanga, es dado a aquellos alumnos cuyo promedio final es superior a 4.75).
El paraíso que se convirtió en calvario
En 1996 empezó a trabajar en Petróleos de Venezuela (Pdvesa), la cual es una empresa estatal, cuyas actividades son la explotación, producción, refinación, mercadeo y transporte del petróleo venezolano.

“Trabajar en Pdvesa te implica ganar mucho dinero, pero más que eso, una posición. Solo decir que se trabajaba allí, consistía en que a todo el mundo le abrían las puertas; era un status social”, explica el protagonista de esta historia.
Su sueldo alcanzó a ser de 2.300 bolívares, lo que equivalía a 10 millones de pesos colombianos en esa época; sumado a ello, la empresa le dio un carro y una casa. Lo tenía todo, pero de un momento a otro le cambió la vida.
En 2002 se presentó el Paro Petrolero en Venezuela. El Gobierno en cabeza de Hugo Chávez Frías aseguró que las directivas y trabajadores de Petróleos de Venezuela, no estaban justificando por qué vendían grandes cantidades del hidrocarburo a bajos precios y que los dirigentes no informaban qué estaba pasando en la empresa.
Así Chávez empezó la lucha por tomar el control de la estatal petrolera y reorganizarla, lo que no fue buena noticia para los directivos y trabajadores quienes apoyaron el paro que había sido promovido por la Federación de Cámaras y Asociaciones de Comercio y Producción de Venezuela (Fedecámaras).
Como consecuencia de la huelga, el Gobierno Nacional decidió prescindir de los servicios de cerca de 23.000 trabajadores de Pdvsa y sus filiales. Sánchez Gil fue uno de ellos. Al quedarse sin trabajo, intentó pasar hojas de vida en otras organizaciones, pero no tuvo suerte. “Después de mi despido no logré encontrar empleo y fue porque Chávez se encargó de desprestigiarnos. Nos decían que no porque aparecíamos en la lista de personas a las que no se les debía dar trabajo”, asegura el venezolano.
Al ver su situación, este hombre de 48 años, decidió ser taxista y así sacar adelante a sus hijas Yuliany, de 4 años, y Julieth, de 10.
Con el pasar del tiempo y después de manejar por dos años por las calles de Barquisimeto, conoció a Nubia Orozco, con quien se casó. La unión completa 13 años y medio, con dos hijos, René Alejandro, de 12 años, y Emmanuel Santiago, de 3. Ella sigue en el país vecino.

Luz roja en Venezuela y luz verde en Colombia
A mediados de noviembre de 2017 Sánchez, su esposa y sus dos hijos llegaron a Bucaramanga. A su llegada a Santander, fue a Barrancabermeja, específicamente a Ecopetrol, pero le dijeron que no había trabajo para él.
Con la venta de un carro pudieron mantenerse por un tiempo. El dinero se les acabó y fue cuando tuvo que emprender la búsqueda de un empleo en Bucaramanga. Como no tenía el Permiso Especial de Permanencia (PEP), no se lo daban fácilmente. Consiguió un puesto de mecánico, pero solo le pagaban 10 mil pesos al día, los cuales no eran suficientes para el sustento de su hogar. “Tuve que pasarme el chip para otro lado y ponerme a trabajar en una cosa que me dejara más dinero. Mi esposa tiene familiares aquí y les pedí ayuda”.
Su suegra tenía una moto, se la prestó para que ejerciera el servicio de mototaxista. Aprendió a manejar en 15 días. Actualmente conduce una Honda CB 110, de color negro.
Su jornada laboral inicia a las 6:30 de la mañana y termina a las 10:30 de la noche, de lunes a viernes inicia a las 6:30 a.m. de la mañana. El punto de partida es su casa ubicada en el barrio Provenza.
A medida que ve a los transeúntes por los andenes, les lanza la ya tradicional frase que es más bien un susurro: “moto, moto, moto”. Uno que otro accede a su servicio.
Al finalizar el día debe tener en sus bolsillos 60 mil pesos; 40 para el sustento de su casa y 20 que le debe pagar al dueño de la moto por el préstamo. Recorre las calles de la capital santandereana pensando todo el tiempo en que debe ganar más dinero, para darle un mejor futuro a su esposa y sus hijos.
También reflexiona sobre por qué en países como Colombia y Venezuela la edad es un impedimento para conseguir empleo. “Puedo competir con cualquiera en profesionalismo, me siento competitivo. Pero eso no lo ve el Estado, para él a cierta edad ya no hay oportunidad”.
Dice con seguridad que no descarta la posibilidad de devolverse a su país. Como dice, la motivación de un hombre es su familia, su esposa, sus hijos. Por el momento la situación con su compañera sentimental no está bien. Cada día que sale, espera, con esa emoción que antiguamente se añoraba una carta del ser amado, un mensaje que diga “te amo”, “te extraño”, pero, ese nunca llega.
Esto lo hace pensar que el fin de su segundo matrimonio está cerca. Ha tomado la decisión de ir a Venezuela a visitar a su mamá y a sus hijas mayores, pero si las cosas con su esposa no mejoran, se quedará viviendo nuevamente allí.
Por Jadi Valentina Carreño Torres
Jcarreno700@unab.edu.co