Por: Farouk Caballero/jcaballero752@unab.edu.co

Sentado en la oficina principal de Fe y Alegría de Colombia está Víctor Murillo. En su cabeza hay vestigios irrefutables de lo que alguna vez fue una cabellera. Hoy lleva un saco azul oscuro y una camisa celeste. Manillas con imágenes religiosas y denarios decoran sus muñecas. Él es el director de esta institución desde el 2 de abril de 2014 y el pasado 3 de agosto entregó su cargo. Son muchas las vidas a las que pudo aportarles en estos años de servicio al prójimo. Aquí, desde su voz, su historia.   

¿Dónde y cuándo naciste?

Yo nací el 21 de enero de 1956 en La Rioja, España, en un pueblito que se llama Grañón.

¿Cómo transcurrieron esos primeros años en Grañón?

Recuerdo que era un pueblo sano, un pueblo de gente muy trabajadora donde niños y niñas, fuera de las horas de escuela, usábamos la calle como sitio de encuentro para jugar y divertirnos.

¿Y qué nos puedes decir de tus padres?

De mi padre, el amor al trabajo. Era un hombre absolutamente trabajador, pero trabajador lo que te digo trabajador. Ese hombre trabajaba como una bestia en el campo, pero quería un futuro menos salvaje para mí. Te cuento dos anécdotas. Cuando yo pienso en dos aprendizajes de mi infancia, para la vida, me acuerdo haber ido una vez con mi papá a cavar remolachas. Yo tendría 10 u 11 años y estaba cavando, al inicio con mi papá, pero luego él me dejó atrás y cogió su ritmo. Yo no avanzaba, el dolor de riñones no me dejaba. Y cuando me vio atrasado, me preguntó: “¿qué te pasa?”. Yo le dije que me dolían mucho los riñones y me contestó: “mire joven, cuando usted no tenga ganas de estudiar acuérdese dónde van a quedar sus huesos, así como van a quedar los míos: aquí en el campo”. Y eso no se me ha olvidado, apenas reflexiono y creo que toda la vida estudié para escapar del campo. Y la otra, cuando yo tendría 16 años, ya hacía parte de un grupo artístico y en el pueblo estábamos moviendo una obra de teatro. En ese verano, yo llegué a casa después de celebraciones con los amigos de las funciones y al pasar por la habitación de mi papá, me dijo: “vinieron a buscar gente para recoger papa y yo te anoté”. A la mañana siguiente, tocaron a la puerta y me dijeron: “aquí tiene la alforja, en un momentico vienen a por usted”. Aunque alegué no me quedó más remedio que ir. Fui, recogí papa durante 10 días. Después teníamos un viaje con un profesor del colegio para recorrer y conocer una parte de España en autostop. Ahí mi papá me dijo: “¿cuánto has ganado en este tiempo?” Le dije: tanto. Se metió la mano al bolsillo, me entregó la misma cantidad que había ganado y me remarcó: “a partir de hoy sepa cómo llega la plata a esta casa, trabajando”. Estos dos hechos me marcaron poderosamente y se lo agradezco siempre.    

¿Y de tu mamá?

De mi mamá tengo claro el empuje para tomar decisiones claves. Cuando yo tenía 10 años, si hubiese dependido de mi papá, no habría estudiado fuera de Grañón, no había forma de estudiar bachillerato en el pueblo, pero mi mamá comprendió que estudiar me permitiría escapar de ese trabajo tan bestia que realizaba mi papá, me empujó. Me dijo: “¡usted se va a estudiar!”

¿A dónde fuiste?

Fui a un internado muy económico, era un internado para hijos de campesinos. Eso, sin duda, hizo que mi vida cambiara totalmente. Pues a partir de ahí ya hubo una ruta de estudio, de construir un proyecto de vida y seguir una línea lo más coherente posible.

En esos procesos, habitualmente encontramos un guía que se vuelve un faro en enseñanzas de estudio y de vida, ¿a quién recuerdas?

Hay varios, pero te voy a decir uno: Ignacio Prado, sacerdote marianista. Él hacía las veces de director espiritual. Él hizo algo que a mí se me quedó grabado. Por lo menos dos años, yo iba a hablar con él con alguna frecuencia y él dibujaba en mi cuaderno una barca. Siempre decía: “Víctor, victore significa victoria. Entonces usted siempre va a salir victorioso, aunque existan tormentas o tempestades, usted triunfará”. Y ahí me dibujaba la barca y yo era un niño, 10 u 11 años, pues eso me marcó. Ya después hubo otras personas que me marcaron por el compromiso y por el estilo de vida que les veía.

Te vas formando, creces física y espiritualmente, pero recuerdas ¿cómo sentiste el llamado de una vocación de servicio?

Cuando estoy terminando bachillerato me doy la oportunidad de continuar el trayecto con los marianistas buscando el sentido de mi vida. Con 16 años intuía que quería dedicarme a servir. Ya a los 18 termino encontrando el sentido de mi vida, que tiene que ver con servir, con ayudar a aquellos que en peor condición están. Hace poco, en un evento en Ibagué, dije que desde ese momento el sentido de mi vida no ha cambiado. Cambió de caminos, pero nunca renuncié a decir: “tu vida merece la pena si la entregas o la desgastas por otros”.

Esa frase tiene pinta de máxima, ¿es tuya?

Yo creo que tiene mezcla de muchos escritores y muchas lecturas, pero al final solo quiere decir que me la quiero jugar por los demás. Es que desde los 18 años yo decía: mi proyecto de vida tiene que considerar a los otros en el centro y yo en la periferia que es el ejemplo de Jesús de Nazareth y no ubicarme yo en el centro y los demás en la periferia.

¿Cómo llegas a Colombia, cómo te enteras dónde queda esta patria?  

La verdad no tenía ni idea dónde quedaba, ni tenía información real sobre Colombia, pero yo, cuando me dijeron si estaba dispuesto a venir a Colombia, pensé que era mi posibilidad para concretar un proyecto de vida al servicio de otros, para aportar a la transformación social. A eso vine. 

¿Cómo es ese primer encuentro?

Llegamos con un compañero a Bogotá y esa imagen no se me olvida. La rebobino y recuerdo una canción de La Bullonera. Cuando nos bajamos del avión, cantábamos: “venimos simplemente a trabajar, como uno más a arrimar el hombro al tajo (al trabajo) … No hemos venido aquí para deciros que está dura la vida aquí debajo, para eso está el jornal, la ley y el palo”. Esa canción y esas notas musicales me marcaron el camino del esfuerzo por encima de todo, pero al final era mi posibilidad de vivir al servicio de otros.

¿Qué fue lo más sabroso de esos primeros años?

Uy, el aterrizaje fue duro y lento, pero lo que más saboreé, sin duda hasta hoy, es la bondad del pueblo colombiano. Y tuve una relación de amor gastronómico, a primera probada, con el ajiaco. Yo soy hincha de cualquier sopa, trifásico, sancocho, etc. Igual me pasó con los tamales y la lechona.

¿Qué crees que piensa ese joven Víctor que tomó la decisión de servir si te viera hoy aquí?

Yo creo que le aplaudiría la persistencia y el atrevimiento por haber mantenido el sentido de la vida, pero posiblemente le criticaría el no haber sido más lanzado, más explícito en lo que tiene que ver con la acción pública o la incidencia política. Lo digo porque, aunque trabajo en una institución que tiene esa línea, debo ser honesto y creo que he sido cobarde.

Ahora dejemos al muchacho de La Rioja y hablémosle al director: ¿qué debe tener la cabeza de Fe y Alegría para consolidar los aportes educativos y sociales de los 50 años en funcionamiento, al menos, en Colombia?

Yo creo que hoy para gestionar una institución como Fe y Alegría y ser uno creíble hay que ser auténtico y coherente, yo he procurado serlo. También se hace necesario hablar desde la vida de uno… aquí la palabra ejemplo no me gusta, es más bien que vean que yo doy lo mejor de mí para conseguir lo mejor de los demás.

Hay miles de historias de vida de colombianos cuyas vidas se transformaron gracias a Fe y Alegría, ¿cómo se transformó la tuya?

Para mí, Fe y Alegría es el camino que me ha permitido fortalecer y profundizar en el sentido de mi vida. Fe y Alegría me ha mostrado el propósito de mi paso por la vida. Ha sido el instrumento que, a través de otros, Dios me pone para que vea mi propósito de vida de forma clara y entienda, todos los días, por qué no debo renunciar a ese ideal. Cada día, gracias a Fe y Alegría, yo me levanto motivado. No tengo que buscar otra motivación, yo llego aquí motivado al trabajo, a pesar de las dificultades y problemas que siempre hay. Fe y Alegría me ayudó a construirme como una persona con un propósito claro, con metas que me acercaran a realizarlo y a descentrarme de mí, para pensar en los demás.  

Sucede que cuando las personas están en una institución mucho tiempo, terminan conociéndola de cabo a rabo en sus fortalezas y debilidades. La experiencia marca eso, por lo que nadie más que tú sabe qué fue lo que te faltó por hacer, ¿qué quisiste y no se pudo?

Yo diría que dos cosas. Una, el haber logrado en los estudiantes de Fe y Alegría los resultados por los que hemos luchado y por los que hemos querido transformar la educación. Me faltó ese nivel o incrementar y mejorar la calidad de los aprendizajes de las juventudes. Y dos, el haber dejado montada la propuesta de educación terciaria. Considero que son dos vacíos que dejo en mi paso por Fe y Alegría.  

¿Cuál es tu gran logro en Fe y Alegría?

El haber entregado mi vida, el no haber regateado ni un solo esfuerzo para que Fe y Alegría siga siendo un referente en la educación en Colombia. Y también el conformar buenos equipos de trabajo con buenas personas.

¿Cuáles momentos recuerdas que te hicieron sentir que tu esfuerzo valía la pena?

Uno, escuchar testimonios de exalumnos, cuando yo los escucho decir que Fe y Alegría les transformó sus vidas y uno como maestro ayudó un poco, eso es la satisfacción del deber cumplido. Uno dice: esto mereció la pena. Eso en el nivel más personal, como director me llena el corazón escuchar a las juventudes de Fe y Alegría. Ellos me decían “El Abuelo”, pero es un abuelo que empuja, que da todo por su familia y esta familia es gigantesca. Yo he escuchado a padres de familia y a juventudes que de verdad me hacen pensar: hermano, esto valió la pena. Y yo soy un convencido de que, si uno educa cabeza, corazón y manos, no solo la cabeza, uno contribuye al cambio que requiere Colombia. Y eso que yo tengo un defecto, yo siempre soy insatisfecho, bueno tengo muchos defectos, pero ese es uno, la insatisfacción. Y aun siendo insatisfecho diagnosticado, he sentido mucha satisfacción cuando escucho a exalumnos hablar de la forma en que pudimos mostrarles y consolidarles opciones de vida.  

De esas enseñanzas de infancia, ¿cuáles sientes que marcan tu forma de ser?

Gracias a Dios aprendí de mi papá a trabajar como mula. Y gracias a Dios o por desgracia hoy aplico eso y me esfuerzo, mientras otros se van a descansar y a disfrutar, yo, como me enseñó papá, trabajo. Yo disfruto trabajando. Y yo me confronto con algo que me decía mi padre, pues él, al saber que yo ya estaba trabajando aquí y lo que hacía, me decía: “eso no es trabajar, si usted está todo el día sentado, habla en salones y en reuniones y le llevan café a la oficina”. Y yo decía, hombre no es el trabajo físico, pero el concepto de entregarse al trabajo para recoger los frutos que uno siembra, y ahí está la metáfora del campo de mis padres, pues me permite saber que nadie podrá decir que Víctor no se entregó con alma y vida, física e intelectualmente, a lo que le demandara el trabajo en Fe y Alegría.

Siguiendo con tu metáfora del campo, ¿cuál es el fruto que más quieres de los que sembraste aquí?

Son dos. Uno, las juventudes de Fe y Alegría. Y dos, los equipos con los que hemos podido construir la nueva partitura de Fe y Alegría.

¿Qué es Fe y Alegría para ti?

Para mí Fe y Alegría es vida y humanidad. Es compromiso con la vida y el cuidado de la vida, particularmente de aquellos que están vulnerados en su dignidad. Cuando yo miro para atrás y digo qué hemos hecho, qué estamos haciendo y qué haremos, ahí veo la humanidad en todos los proyectos.

De todos los años que llevas en Fe y Alegría, ¿cuáles momentos recuerdas con más sentido del deber cumplido?  

Al ser maestro, uno se lleva muchos recuerdos sentidos. Yo me sentía feliz cuando veía que los estudiantes salían de 11 y reconocían que habían conseguido opciones y proyectos de vida diferentes a los que muchas veces se les condena, eso me llenaba de felicidad. Y dos, cuando empiezo a hacer parte de toda la organización nacional, no puedo decir en qué momento, pero cuando definimos que Fe y Alegría era un proyecto nacional, era una propuesta nacional, eso me llena el corazón. Tres, cuando federativamente, como Federación Internacional de Fe y Alegría, logramos montar un sistema de mejora de la calidad educativa. Y el cuarto momento fue en 2014 y 2015, cuando fuimos capaces de poner en marcha la nueva partitura de Fe y Alegría.

¿Y qué es eso que nunca puede faltar en la mesa de Víctor Murillo Urraca cada 21 de enero en su cumpleaños? 

El vino. Eso sí, lo acompaño con cualquier plato, no para que el vino acompañe, nosotros acompañamos al vino. Los platos, y estoy casado con colombiana, que prepara mi esposa para mi cumpleaños, realmente, pero de veras, son lo que le sigue a exquisitos. Es mi plan perfecto, vino, mi esposa, comida y buena compañía.  

Universidad Autónoma de Bucaramanga