Provenientes de distintos rincones de Venezuela llegan a Colombia cientos de migrantes de ese país dispuestos a enfrentar toda clase de retos. Uno de ellos, atravesar el país a pie y emprender el recorrido hacia el sur del continente.
Cúcuta es la puerta de entrada. La capital de Norte de Santander ubicada a 320 metros de altura sobre el nivel del mar, los recibe con un clima cálido (26º en promedio), pero a medida que avanzan en su recorrido a pie, el sol y el calor se vuelven esquivos.
El Páramo de Berlín, a 3.200 metros de altura sobre el nivel del mar, con temperaturas entre -5 y 16 grados centígrados, es un paso obligado, tal vez, el más difícil de recorrer.
Eduard Peña, de 32 años de edad, es un hombre que salió de su país sin compañía alguna, sin embargo, en el recorrido hizo amistad con seis compatriotas y tomaron la decisión de hacer el recorrido juntos.
En el camino se encontró con Periódico 15 y durante la conversación narró la dolorosa experiencia. Las piernas le temblaban no solo por el frío, sino por el cansancio. La molestia se concentra en los pies, lo que no le permite enfocarse en el relato y agacha la mirada. Es insoportable. “Llevamos apenas tres días de camino y uno siente como si no pudiera dar más, pero en el fondo sabe que no es lo que se sienta, sino que nos toca mentalizarnos que es una situación obligatoria”, dice este migrante.
Llega la hora del descanso. El grupo de siete hombres, Adel Rodríguez, Berman López, Carlos Meza, Edinson Pérez, Jefrey Gómez y Maikol González, junto a Peña, descansan en la Iglesia Centro Mundial de Avivamiento, a cargo de los pastores Ricardo y María Patricia Rodríguez. El lugar se ubica a 30 minutos del corregimiento de Berlín.
“Gracias a Dios que nos puso buenos colombianos y nos han dado vestimenta, comida, zapatos y sacos para poder continuar en el camino”, cuenta González, apenado y con pocas ganas de hablar por el frío que le impide mover con naturalidad sus labios.
Ya con abrigo, alimentos, agua y cargando nueve bolsos, logran descansan, pero el miedo de superar las duras condiciones climáticas no los deja en paz. La niebla se torna densa y saben que los acompañará así llegue el día.
Otra situación la vive Rafael, de 25 años de edad, quien sujeta su pierna derecha mientras narra lo que le ocurre. Dice que el dolor es insoportable, que le dificulta el recorrido y que nunca imaginó que se enfermaría. “He tenido calambres constantes durante cuatro horas, nada que se me quita”, comenta afligido.

A pocos metros está sentada Sandra Espinoza. Tiene la mirada perdida y cuando siente la presencia de extraños, gira la cabeza y habla: “no puedo ni respirar, y es muy complicado caminar al ritmo de otros compañeros por el dolor que siento en el pecho; no sé si tengo afectados los pulmones”. Según el relato de algunos pobladores de Berlín, por la carretera pasan diariamente al menos 200 venezolanos cuyo destino son las ciudades Bucaramanga, Bogotá y Cali, especialmente, porque tienen planes de radicarse en Ecuador, Perú y Chile.
La otra cara de la moneda
A las bajas temperaturas, los dolores corporales, el hambre y la falta de ropa adecuada para continuar con el recorrido a pie, se suma la molestia de los habitantes del corregimiento frente a temas como la seguridad.
María Cecilia Barajas trabaja en el restaurante que se ubica frente a la única estación de gasolina de Berlín. Según cuenta, la llegada de migrantes deja en evidencia la tragedia humana, que, de acuerdo con Naciones Unidas, ha expulsado de Venezuela a Colombia al menos 600.000 ciudadanos.
Barajas explica que muchos agradecen la ayuda que le brindan los colombianos, pero otros “se aprovechan” de las buenas intenciones. “Se roban cosas, buscan sacar provecho. Hemos conocido historias de mujeres que le piden a los conductores de camiones que las lleven hasta Bucaramanga, y les ofrecen servicios sexuales y luego cobran”, comenta.
Marcela Angarita, de 19 años de edad y compañera de Barajas, relata que, así como llegan personas con ganas de trabajar y salir adelante, otros solo lo hacen para delinquir y mantener sus adicciones. “Uno de los muchachos mochileros que tenía albergado un vecino le robó 800 mil pesos para comprar drogas”, asegura la mujer.
“No les gusta que la gente les brinde sopa ni caldos, les gusta que le den solo lo que les gusta y no es justo que uno se esfuerce por darles y ellos sean tan malagradecidos”. Por esta razón, “en algunos restaurantes tomaron la decisión de dejar de colaborar con la alimentación de los caminantes”, explica Barajas.
“Las muertes son reales”
Jhon Jairo Causallán es uno de los encargados de atender a los migrantes en el punto que atención ubicado en el Centro Religioso de Avivamiento en Berlín. Causallán asegura que aunque los policías y las autoridades nieguen las muertes de migrantes -algunas han sido noticia en medios de comunicación de la región-, es un hecho que se da en el recorrido y afirma que con el tiempo “saldrán a la luz pública todos los casos de personas que se quedaron en la lucha”.
“Tenemos el caso de una señora que llevaba su bebé en la parte de atrás con unas cobijitas y cuando llegó a Bucaramanga se dio cuenta que estaba muerto”, aseguró el integrante del Centro Religioso, quien agregó que “es difícil, créame, pero con la ayuda de Dios trataremos de superar y minimizar este tipo de situaciones”.
Al respecto, el Observatorio Nacional de la Policía Nacional, ha incrementado los procesos de verificación a ciudadanos de nacionalidad venezolana en distintos puntos del país; no obstante, las muertes que se registran han sido por hechos violentos en ciudades capitales y zonas de frontera.
Por Andrea Villamizar Blanco
avillamizar162@unab.edu.co