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Viaje por la poesía de Tomás Vargas Osorio

El autor santandereano es uno de los clásicos que marcaron las letras de la región. En su poesía se aleja de la prosa agreste que también lo caracteriza y vincula sentimientos más profundos que dialogan con versos universales.

Por: Claudia Patricia Mantilla Durán/cmantilla9@unab.edu.co

He viajado a esa tierra “seca y sin nombre” de la que habla el poeta en Regreso de la muerte, he presentido al “ángel de la lluvia” posarse en mi ventana y susurrar un lenguaje ininteligible, porque habito en tierras ásperas, de hondo silencio, donde un corazón solitario y adamantino se debate entre las luces y las sombras.

“Vivía en mi corazón”, con este epígrafe del cuento El corazón delator, de Edgar Allan Poe, Tomás Vargas Osorio despliega una poética del límite en su poemario: Regreso de la muerte. Es a ese corazón al que se dirige el sujeto lírico, acompasado por la soledad y el implacable paso del tiempo. ¿Cómo no asociar su latido con el propio corazón del poeta? Vargas Osorio se dirige al ala más sensible y emotiva del ser: su corazón, trayendo consigo reminiscencias del pensamiento heideggeriano: “Ser y tiempo, tiempo y ser nombran lo compuesto de las dos cosas”. Es pues, la de Tomás una palabra que se agita entre ser y tiempo, tiempo y ser, hasta fundirse en un ser no medido, la esencia pura, la luz misma de la poesía. No en vano la metáfora que sugiere donde el corazón es un pez que agoniza y vuelve a la vida: Pez/por los mares pescador/, y alado/.

Guadaña poética

“Yo creo que la consideración de la muerte en algunas producciones de la nueva literatura, es una posada obligatoria en su tránsito hacia la madurez óptima”, afirmó Vargas Osorio. Pero, en el autor, la muerte más que una reflexión es una experiencia. De allí que, en el poema Voz, y apoyado en el epígrafe de Friedrich Nietzsche: “Es esta tierra una tierra sin lluvia”, la muerte se asiente en lo terrígeno. El poeta contrapone dos espacialidades, una en que la tierra es seca y estéril, y otra, por el contrario, bañada por rumorosos ríos. La tierra del morir es “la tierra de ceniza”, mientras que la tierra de lo vivo está habitada por mujeres, aves y flores. Sin embargo, la tierra seca e innominada, tal vez sea “más piadosa”, y en esas líneas se escapa la esperanza. 

La muerte de la que habla el poeta se emparenta con la experiencia mística, especialmente en el poema: De regreso de la muerte, donde “el rostro de Dios se iba acercando”, sin embargo, esta no es una afirmación taxativa, tan solo una insinuación, lo propio de la visión poética. A partir de la sinestesia donde la presencia de Dios se anuncia por la luz y el sonido que golpea oído y corazón, el poeta traza el paso efímero de la existencia. Es como si regresara de las tierras del “más allá” para contar lo vivido, el linde del que vuelve “el corazón maravillado”. La oposición entre cuerpo y alma es una constante, así como la huida del deseo y de las pasiones mundanas -no como negación, sino ascenso hacia un reino tocado por la luz de lo inmanente-. Y en este viaje de retorno se escuchan músicas más gratas, que le llevan a decir: / ¡Ah, que no era el reinado de la larva/ obscuro, yerto y hórrido! /Que no era el negro paraíso del gusano/, sino una deleitosa primavera/.

El poeta Carlos Martin recuerda que la fascinación que producen los poemas de Vargas Osorio provienen de la actitud, “en la cual vida y muerte arden a corazón abierto”. Materia y espíritu, mundo sensorial y mundo inasible, el carácter de lo que es doble, y por tanto humano, luces y sombras de lo antagónico que aspira a la unidad. Tal vez sea este el sustrato filosófico que anima la poesía de Tomás Vargas Osorio. Así lo anuncia en su poema Clamor, donde propone el inolvidable símil: “La muerte va pasando como una inútil brizna”. O, en el poema: La muerte es un país verde, que integra un epígrafe de los famosos sonetos del escultor y pintor italiano Miguel Ángel, que traduce: “Grato me es el sueño, y más el ser de piedra/ mientras que el daño y la vergüenza duran: / no ver, no sentir me es gran ventura/ no me despiertes, no/ habla bajo”. La oposición entre sueño y vigilia, semejante a los contrarios memoria y olvido, habita el poema. A través de una analogía que parte de la naturaleza misma, tema omnipresente en la obra de Vargas Osorio, el poeta otorga un territorio a la muerte: La muerte es un país verde donde la soledad impone el liberador olvido, quizá eso sea la muerte: un olvido que recuerda, y en ese oxímoron el hombre estará condenado a la memoria. Una vez más, el poeta regresa de la muerte, de ese país verde del que guarda algún jirón, un destello, un paisaje vago entre sueños. 

En Elegías, por su parte, el epígrafe da noticia de la amada muerta: “Ah!, Sólo tú dormida para siempre”. Vargas Osorio expresa el dolor insoportable de ver partir a quien se ama, un cuerpo yerto que el viento arrebata. Es la muerte ineluctable, pájaro azul que se escapa y se va volando, pero, a pesar de lo concluyente, lleva inscrita la esperanza de la transmutación esencial, así lo recuerda en los versos: Acaso ahora rosa sea o nube/ en el día sin fin y alto de los ángeles/. Con acierto, advierte Rymel Serrano el intertexto que entreteje el poema con La amada inmóvil, de Amado Nervo. Me atrevería a vincularlo, también, con La muerte de la amada, de Rainer María Rilke: De la muerte, él sabía lo que todos/que nos coge y nos lanza al mutismo/Pero cuando ella, no arrancada de él/ sino apartada en silencio de sus ojos/se deslizó a las sombras ignoradas/sintió que ellos, arriba, percibían/ como una luna la sonrisa de ella/ y su modo de hacer el bien/; escribe el poeta austriaco.

En Rosa Masgrowa, Tomás Vargas Osorio sublimiza el cuerpo de la mujer, y a la vez, lo torna impenetrable, trazando la ruta de una ciudad inexpugnable que ofrece por igual sus mieles y venenos. Un soneto que habla del deseo que agoniza y la separación de los amantes, con metáforas sugestivas, como: mientras bajo la paz de mi congoja/ se baten en un valle de ceniza/un lirio blanco y una espada roja.

Vargas Osorio que convivió con la muerte, prefirió considerarla una dulce comarca. Para Nicolás Muñoz Díaz, estudiante del Programa de Literatura UNAB, el autor “muestra la muerte como una patria abandonada, a la que se regresa con la sorpresa de un lugar apacible. Se espera el Infierno, pero se encuentra el Paraíso. La poesía es, para Vargas Osorio como capitán y nosotros como tripulantes, un mapa y a la vez un barco que nos conduce a través del agua dulzona para descubrir el paisaje verdoso del Más Allá”.

Coda a El héroe familiar y otros poemas

Dentro del carácter unitario del poemario Regreso de la muerte, hay un par de poemas que resultan, si no ajenos, cuando menos singulares dentro de la expresión poética que configura el autor. El poeta sueña a su patria, es uno de ellos. En cada verso, establece mojones para fijar los linderos de una patria idealizada, en la que las riquezas naturales trazan la cartografía de un país perfumado por el café y la canela. “Todo está en ti: el hierro y la miel, el plomo y el oro. Tienes carbón para mover un universo mecánico y para encender el vientre de mil ciudades”, lo que recuerda también su pensamiento ensayístico en torno al predominio de la máquina en un mundo moderno. Al cierre, el poeta confronta lo duro y lo suave, lo pesado y lo volátil haciendo un llamado a esa patria soñada, que aún hoy tendría vigencia: Una patria de hierro/pero que no entristezca los ojos de los niños/ una patria de hierro/pero que tenga la dulzura de los panales silvestres.

El otro poema es: El hombre sin tierra, que puede integrarse dentro de las poéticas del desarraigo, aquellas que nombran la expulsión y la desigualdad social, emparentado en su contenido con la narrativa de Eduardo Caballero Calderón, y su Siervo sin tierra. Pero, si hay un poema que se aparta del cuerpo escritural del poemario, es: El héroe familiar. Escrito en octasílabos llenos de musicalidad donde asoma la vocación de contar, ya que en cada estrofa se dibuja a un personaje, de blanca ruana, que al galope de un potro negro va y viene dejando la tierra desolada. Se trata de Plutarco Vargas, quien combatió en la batalla de La Humareda durante la guerra civil de 1885 en Santander. Un poema no exento de ironía que se suma a las poéticas de las guerras civiles colombianas: “Pregúntanse cuando llega/ si él es el de las batallas/el de la mano segura/ sobre el corpiño y la espada/ el que enamora a las hembras/ y las deja abandonadas/ el que en campo rojo siega/ el trigo de las gargantas”.

En el segundo volumen de sus obras se incluyen los nueve poemas, publicados en 1939, bajo el título: Regreso de la muerte, como parte de la quinta entrega de los cuadernillos de Piedra y Cielo, y otros doce poemas bajo el título de Un hombre sueña. La obra poética de Tomás Vargas Osorio, breve en extensión, no deja de sorprender por su hondo calado lleno de enigmáticas resonancias. Razón tenía el poeta santandereano al advertir que: “La poesía se escribe no para que sea comprendida de inmediato, sino para situar al hombre en presencia de un mundo desconocido, de un misterio, de un aspecto de las cosas que para él había sido, antes del poema, irrevelable”.

Universidad Autónoma de Bucaramanga